El sol quema, el aroma a incienso y cigarrillo inunda el ambiente fresco de la ciudad, y los deudos y curiosos caminan afanados. Un guardia municipal guía al gentío hacia la parte posterior del Cementerio General de La Paz. Allí han vuelto las almas recientes y milenarias.
Es el Día de las Ñatitas, la celebración esotérica más impactante de la ciudad y de los pueblos de los Andes. Una confusión de sonidos alegra el camposanto; tarqueadas, pinkilladas, estudiantinas, solistas guitarra en mano y hasta una mini banda Poopó.
Son contratados por los fieles, para acompañar a sus protectores. Bailan, cantan y otros recuerdan así a quienes ya no están con ellos.
Gentes venidas de todo lado, y hasta del otro lado del charco, miran azoradas la festividad y recorren las callejuelas del viejo cementerio, de 1831. Otras, con respeto a la tradición, y muchas, con fe.
Debajo de los pabellones, familias, parejas y hombres o mujeres solitarios instalaron sus altares con sus calaveras. Las presentaciones no son las mismas, unas modestas y otras excéntricas: alfombras mullidas para restos de huesos, un simple cartón y urnas de cristal, con los nombres de quienes en vida fueron.
Algunas ñatitas, como Alfredo y Hortencia, hasta tienen estandarte como recuerdo, en este caso de Ángel Mendoza y Randy Fatamia. O como Martín y María René. Sus creyentes comen salteñas y liban con ron y cerveza.
Miguel, Cecilia, Brayan, Francisco, Melquiades, Rosita, María Azapa… Son miles de ñatitas desperdigadas en el espacio asignado por la Administración del Cementerio General.
Llevan coronas de flores celestes, blancas y amarillas, especialmente. Mientras sus anfitriones las esperan sentados en las baldosas o sillas improvisadas, sus fieles fuman cigarro con ellos, otros les traen más coronas, una sobre otra, y muchos las echan flores. Algunos pijchan coca con ellas y muchos rezan por ellas, preguntan su nombre y dicen “que se reciba su oración”.
A una semana de la fiesta de Todos Santos, algunas familias trajeron masitas y dulces al camposanto. Rezan por los familiares que no están o las “mundo almas”, las almas olvidadas.
Pablo Alejo espera a los devotos con cuatro ñatitas, su abuelo y sus tíos: Manuelito, Panchito, Carmelo y Pedrito. Hay que tratarlas bien, “te cuidan, te iluminan y te guían en los caminos. Cuando tienes problemas, te quejas y te ayudan”, dice.
Las ñatitas en el Cementerio General
¿Y cómo tiene familiares de ñatitas? “Cuando cumple ocho años (en el cementerio), los retiramos y cremamos los cuerpos; hay que guardar la cabecita para recuerdo”, responde.
Florencio Rodrigo, por parte, las venera todos los martes y viernes; cuando fuma y reza por ellas. Tiene un cuarto especial para las ñatitas Juan Nina Huanca y Gregorio Velásquez. También son sus parientes, el papá y hermano de su esposa, aunque no recuerda cuándo murieron.
“Una señal de ellos es que cuidan la casa”, cuenta.
Elena Martínez no está de acuerdo con esa costumbre. “Cada ñatita que hay aquí debe tener una historia, pero, para mí, no vale que la ñatita sea tu mamá o tu papá que haya muerto, y por cariños los saques. Tienen que descansar también”, cuestiona.
“No puedes sacar a alquien que ha muerto de forma natural. Si la persona ha muerto en trágico accidente o se ha suicidado, nos va a ayudar”, argumenta.
Hay ñatitas para el amor, para el estudio, para el negocio, para todo.
Quizás la ñatita más buscada sea María Azapa, una chullpa amauta en su época, en tiempos precolombinos. La preserva y muestra precisamente Martínez, otra amauta, que la identifica por las trenzas y sus ch’uku (especie de gorra tejida).
“Mamá Azapa, yo no la busqué, ella me encontró”, dice, aunque discreta respecto de su origen.
Cesilia Miranda, que ofrece servicios esotéricos, tiene 10 ñatitas, entres ellas dos de “hace mil años”, Pacha y Miguel. “Las tengo por herencia”, cuenta.
Dice que la tradición está arraigada particularmente en ella hace 30 años.
“No fuman ni beben, solo dulces y flores”, dice respecto de las ofrendas en el día de su fiesta.
Las trajo para que se diviertan y reciban veneración.
La fiesta de las Ñatitas es una tradición cuyo origen es prehispánico. En varias regiones andinas, los rituales de la muerte tienen vínculo con el calendario agrícola y la fertilidad de la tierra. Coinciden con los días posteriores al Día de los Difuntos y Todos Santos, fechas católicas.
Precisamente, la inhumación de los cuerpos –en el incario se llamaban malkis’ a las momias— es la característica de estas celebraciones. Este ritual estuvo reñido con los protocolos de la Iglesia Católica que, cuando los españoles irrumpieron estas tierras intentaron proscribirlo.
Ahora no son restos enteros del alma de los muertos que vuelven al akapacha (superficie). Florencio Rodrigo devela que mucha gente pide permiso a los sepultureros para retirar cuerpos antiguos del cementerio. Esos restos son cremados, salvo el cráneo, que se convierten en ñatitas.
Esta tradición del 8 de noviembre tuvo vaivenes precisamente en las contradicciones entra la tradición ancestral y la fe católica. Hace algunos años, los deudos llevaban sus ñatitas al templo del Cementerio General para su bendición.
En la celebración del viernes, el sacerdote echa agua bendita a las calaveras o cráneos bien adornados en los altares improvisados en la zona asignada del camposanto. Con razón, en el ingreso del Cementerio General, el acceso al templo está restringido, y los guardias municipales guían el camino hacia la parte posterior del panteón.
Solo La Paz revive esta tradición, y con los años se ha convertido en un destino del turismo esotérico.
El sol quema, el aroma a incienso y cigarrillo inunda el ambiente fresco de la ciudad, y los deudos y curiosos caminan afanados. Un guardia municipal guía al gentío hacia la parte posterior del Cementerio General de La Paz. Allí han vuelto las almas recientes y milenarias. Es el Día de las Ñatitas, la celebración
El sol quema, el aroma a incienso y cigarrillo inunda el ambiente fresco de la ciudad, y los deudos y curiosos caminan afanados. Un guardia municipal guía al gentío hacia la parte posterior del Cementerio General de La Paz. Allí han vuelto las almas recientes y milenarias.
Es el Día de las Ñatitas, la celebración esotérica más impactante de la ciudad y de los pueblos de los Andes. Una confusión de sonidos alegra el camposanto; tarqueadas, pinkilladas, estudiantinas, solistas guitarra en mano y hasta una mini banda Poopó.
Son contratados por los fieles, para acompañar a sus protectores. Bailan, cantan y otros recuerdan así a quienes ya no están con ellos.
Gentes venidas de todo lado, y hasta del otro lado del charco, miran azoradas la festividad y recorren las callejuelas del viejo cementerio, de 1831. Otras, con respeto a la tradición, y muchas, con fe.
Debajo de los pabellones, familias, parejas y hombres o mujeres solitarios instalaron sus altares con sus calaveras. Las presentaciones no son las mismas, unas modestas y otras excéntricas: alfombras mullidas para restos de huesos, un simple cartón y urnas de cristal, con los nombres de quienes en vida fueron.
Algunas ñatitas, como Alfredo y Hortencia, hasta tienen estandarte como recuerdo, en este caso de Ángel Mendoza y Randy Fatamia. O como Martín y María René. Sus creyentes comen salteñas y liban con ron y cerveza.
Miguel, Cecilia, Brayan, Francisco, Melquiades, Rosita, María Azapa… Son miles de ñatitas desperdigadas en el espacio asignado por la Administración del Cementerio General.
Llevan coronas de flores celestes, blancas y amarillas, especialmente. Mientras sus anfitriones las esperan sentados en las baldosas o sillas improvisadas, sus fieles fuman cigarro con ellos, otros les traen más coronas, una sobre otra, y muchos las echan flores. Algunos pijchan coca con ellas y muchos rezan por ellas, preguntan su nombre y dicen “que se reciba su oración”.
A una semana de la fiesta de Todos Santos, algunas familias trajeron masitas y dulces al camposanto. Rezan por los familiares que no están o las “mundo almas”, las almas olvidadas.
Pablo Alejo espera a los devotos con cuatro ñatitas, su abuelo y sus tíos: Manuelito, Panchito, Carmelo y Pedrito. Hay que tratarlas bien, “te cuidan, te iluminan y te guían en los caminos. Cuando tienes problemas, te quejas y te ayudan”, dice.
¿Y cómo tiene familiares de ñatitas? “Cuando cumple ocho años (en el cementerio), los retiramos y cremamos los cuerpos; hay que guardar la cabecita para recuerdo”, responde.
Florencio Rodrigo, por parte, las venera todos los martes y viernes; cuando fuma y reza por ellas. Tiene un cuarto especial para las ñatitas Juan Nina Huanca y Gregorio Velásquez. También son sus parientes, el papá y hermano de su esposa, aunque no recuerda cuándo murieron.
“Una señal de ellos es que cuidan la casa”, cuenta.
Elena Martínez no está de acuerdo con esa costumbre. “Cada ñatita que hay aquí debe tener una historia, pero, para mí, no vale que la ñatita sea tu mamá o tu papá que haya muerto, y por cariños los saques. Tienen que descansar también”, cuestiona.
“No puedes sacar a alquien que ha muerto de forma natural. Si la persona ha muerto en trágico accidente o se ha suicidado, nos va a ayudar”, argumenta.
Hay ñatitas para el amor, para el estudio, para el negocio, para todo.
Quizás la ñatita más buscada sea María Azapa, una chullpa amauta en su época, en tiempos precolombinos. La preserva y muestra precisamente Martínez, otra amauta, que la identifica por las trenzas y sus ch’uku (especie de gorra tejida).
“Mamá Azapa, yo no la busqué, ella me encontró”, dice, aunque discreta respecto de su origen.
Cesilia Miranda, que ofrece servicios esotéricos, tiene 10 ñatitas, entres ellas dos de “hace mil años”, Pacha y Miguel. “Las tengo por herencia”, cuenta.
Dice que la tradición está arraigada particularmente en ella hace 30 años.
“No fuman ni beben, solo dulces y flores”, dice respecto de las ofrendas en el día de su fiesta.
Las trajo para que se diviertan y reciban veneración.
La fiesta de las Ñatitas es una tradición cuyo origen es prehispánico. En varias regiones andinas, los rituales de la muerte tienen vínculo con el calendario agrícola y la fertilidad de la tierra. Coinciden con los días posteriores al Día de los Difuntos y Todos Santos, fechas católicas.
Precisamente, la inhumación de los cuerpos –en el incario se llamaban malkis’ a las momias— es la característica de estas celebraciones. Este ritual estuvo reñido con los protocolos de la Iglesia Católica que, cuando los españoles irrumpieron estas tierras intentaron proscribirlo.
Ahora no son restos enteros del alma de los muertos que vuelven al akapacha (superficie). Florencio Rodrigo devela que mucha gente pide permiso a los sepultureros para retirar cuerpos antiguos del cementerio. Esos restos son cremados, salvo el cráneo, que se convierten en ñatitas.
Esta tradición del 8 de noviembre tuvo vaivenes precisamente en las contradicciones entra la tradición ancestral y la fe católica. Hace algunos años, los deudos llevaban sus ñatitas al templo del Cementerio General para su bendición.
En la celebración del viernes, el sacerdote echa agua bendita a las calaveras o cráneos bien adornados en los altares improvisados en la zona asignada del camposanto. Con razón, en el ingreso del Cementerio General, el acceso al templo está restringido, y los guardias municipales guían el camino hacia la parte posterior del panteón.
Solo La Paz revive esta tradición, y con los años se ha convertido en un destino del turismo esotérico.
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