<p>Joven por fuera, viejo por dentro. Aunque por fuera se pueda borrar el paso de los años, <strong>los órganos no mienten</strong> y su deterioro es difícil esquivarlo si nuestros hábitos de vida suman <i>papeletas</i> para dañarlos. Uno de ellos es el <a href=»https://www.elmundo.es/e/ca/cardiologia.html» target=»_blank»>corazón</a>, sus tejidos envejecen y sus consecuencias son peores que las patas de gallo. </p>
Investigadores de EEUU crean una calculadora con los factores de riesgos para determinar el envejecimiento precoz de este órgano y ver así la huella de los hábitos de vida
Joven por fuera, viejo por dentro. Aunque por fuera se pueda borrar el paso de los años, los órganos no mienten y su deterioro es difícil esquivarlo si nuestros hábitos de vida suman papeletas para dañarlos. Uno de ellos es el corazón, sus tejidos envejecen y sus consecuencias son peores que las patas de gallo.
La mayoría de los adultos estadounidenses tienen una edad cardíaca superior a su edad cronológica, a veces incluso más de una década, según un estudio publicado en JAMA Cardiology. Esa brecha tiene género: es mayor entre los hombres; estatus social: mayor en personas con ingresos o nivel educativo más bajos; y sesgo racial, mayor en latinoamericanos y negros, como apuntan los responsables de la investigación.
Luis Rodríguez Padial, presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), valora que este trabajo cambie «el enfoque en que advertimos del deterioro interior por unos hábitos que envejecen los órganos. Más allá de los retoques por fuera, debemos pensar en los lifting a las arterias«. Para este cardiólogo «darse cuenta que con 50 años uno tiene el corazón de uno de 65 tiene una lectura positiva: hay margen de mejora».
Hasta ahora, el riesgo de enfermedad cardíaca se ha calculado a modo de porcentaje. Por ejemplo, un médico le decía al paciente: «Ocho de cada 100 personas con su perfil pueden sufrir un episodio cardíaco en los próximos 10 años». La nueva calculadora, basada en las ecuaciones Prevent desarrolladas por la Asociación Americana del Corazón, reformula ese riesgo en términos de edad para que los pacientes lo entiendan más fácilmente. «Los porcentajes no han hecho efecto, veamos si las advertencias sobre la edad tiene más calado», señala Rodríguez Padial.
El estudio ha arrojado datos importantes según el presidente de la SEC: una media de seis años de brecha entre biológica y cardiovascular en los hombres y cuatro en las mujeres. Para llegar a esas conclusiones, desde la Universidad de Northwestern los científicos han creado una herramienta gratuita online que calcula la edad cardíaca de una persona en función de su riesgo de enfermedades cardiovasculares, empleando datos de salud rutinarios como la presión arterial, los niveles de colesterol y si la persona fuma o tiene diabetes. El equipo del estudio subrayó que la calculadora no sustituye la atención clínica y debe utilizarse tras consultar con un médico.
«Esperamos que esta herramienta ayude a los médicos y a los pacientes a discutir el riesgo de enfermedad cardíaca de manera más eficaz, para que cale mejor el mensaje de la prevención, como qué terapias pueden evitar los infartos, los accidentes cerebrovasculares o los episodios de insuficiencia», afirma en una nota la autora principal, Sadiya Khan, profesora Magerstadt de Epidemiología cardiovascular en la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern, que dirigió el desarrollo de Prevent.
Para validar la calculadora, Khan y su equipo la probaron en más de 14.000 adultos estadounidenses representativos a nivel nacional, de entre 30 y 79 años, que participaron en la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición entre 2011 y 2020. Ninguno tenía antecedentes de enfermedades cardiovasculares. De media, hallaron que las mujeres tenían una edad cardíaca de 55,4 años, frente a la cronológica de 51,3 años. En ellos, la diferencia de edad era mayor: 56,7 en frente a 49,7.
En el editorial que acompaña a la investigación, se reflexiona sobre la edad biológica y lo que hace que esta sea mayor o menor a la cronológica. Para ello echan mano de la teoría de la comparación social de Leon Festinger, desarrollada a mediados del siglo XX, sosteniendo su vigencia en el marco de la salud pública y la ciencia del comportamiento modernas. La teoría propone que las personas se ven impulsadas a evaluar sus opiniones, habilidades y comportamientos comparándose con los demás, especialmente cuando no se dispone de puntos de referencia objetivos.
Al igual que Festinger postuló que las personas se sienten motivadas cuando perciben que se están quedando atrás con respecto a un grupo de referencia relevante, una persona de 50 años también podría sentirse impulsada a actuar al descubrir que su edad biológica se acerca más a los 65 años.
Esta estrategia aprovecha una comprensión intuitiva del tiempo y el envejecimiento, un concepto más relevante emocionalmente que una estimación probabilística del riesgo a 10 años, y puede ayudar a salvar la brecha persistente entre el conocimiento del riesgo y la adopción de comportamientos que promueven la salud.
Cabe destacar que la discordancia entre la edad cronológica y la edad de riesgo fue mayor entre los adultos de 40 a 64 años, sin que se observara discordancia entre las personas de 75 a 79 años. Esta falta de discordancia en el grupo de mayor edad puede reflejar un sesgo de supervivencia en la base de datos NHANES o un efecto techo de los algoritmos de riesgo, según apuntan los investigadores, que tienden a comprimir las estimaciones de riesgo en edades más avanzadas.
En el artículo también se reflexiona sobre cómo los resultados reflejan y refuerzan un conjunto significativo de publicaciones que «demuestran que los determinantes sociales y estructurales de la salud, como el acceso a la atención médica, la exposición al estrés crónico, la inseguridad alimentaria y la segregación racial, contribuyen de manera significativa a las disparidades en las enfermedades cardiovasculares entre las diferentes razas y clases sociales».
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