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  Internacional  Ataque israelí causa dos decesos en punto de distribución de agua
Internacional

Ataque israelí causa dos decesos en punto de distribución de agua

20 de julio de 2025
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En Gaza, ser un niño servicial y cariñoso puede ser una sentencia de muerte. El hijo de nueve años de Heba al-Ghussain Karam, murió en un ataque aéreo israelí porque fue a buscar agua para la familia y su hija de diez años, Lulu, murió porque fue a echarle una mano a Karam.
Los hermanos estaban esperando junto a una estación de distribución de agua, sosteniendo bidones y baldes, cuando ésta fue bombardeada, matando a seis niños y cuatro adultos e hiriendo a otros 19, en su mayoría niños.
Tanto Lulu como Karam murieron instantáneamente, destrozados por la fuerza de la explosión y tan desfigurados que su padre impidió que Heba viera sus cuerpos.
“No me permitieron despedirme ni siquiera mirarlos por última vez”, señaló. “Uno de mis hermanos me abrazó, intentando ocultarme la escena mientras lloraba y trataba de consolarme. Después de eso, no recuerdo nada. Perdí el contacto con la realidad”.
El verdadero nombre de Lulu era Lana, pero sus padres rara vez lo usaban porque su apodo, que significa perla, reflejaba la dulzura que aportaba a la vida familiar. “Tenía una personalidad alegre y un corazón lleno de bondad”, comentó Heba.
Karam era inteligente, siempre el primero de su clase hasta que los ataques israelíes cerraron las escuelas de Gaza, generoso y maduro para su edad. Su padre, Ashraf al-Ghussain, lo llamaba “abu sharik” o “mi compañero”, porque parecía “un hombre de espíritu”.
Pero también era tan niño que estaba obsesionado con un coche teledirigido que le rogó a su madre que le comprara. Ella se arrepiente de haberle dicho que necesitaban ahorrar para comprar comida. “Ojalá hubiera gastado todo lo que tenía en comprárselo para que pudiera jugar con él antes de morir”.
Ambos niños también soñaban con el día en que Israel levantara el bloqueo de Gaza para poder probar chocolate, fideos instantáneos y los mejores platos de su madre. Para Lulu, ese era el plato palestino de pollo musakhan; para Karam, el shawarma. “Tenían todo tipo de planes de comida para que yo los preparara”, detalló Heba.
Israel impuso un asedio total durante 11 semanas a partir de marzo que llevó a Gaza al borde de la hambruna, y los muy limitados alimentos, combustible y suministros médicos permitidos desde mayo no aliviatpm el hambre extrema.
Una desnutrición sin precedentes está matando a niños e impidiendo que los heridos se recuperen, señaló esta semana un médico británico que trabaja allí .
Intentar conseguir alimentos fue una apuesta mortal durante meses, con más de 800 personas muertas desde finales de mayo en ataques casi diarios de soldados israelíes que utilizan armas como proyectiles de tanques y cañones de la marina para atacar a multitudes desesperadas cerca de los puntos de distribución de alimentos.
Conseguir agua potable también es una lucha. Casi dos años de ataques israelíes destruyeron plantas de tratamiento de agua y redes de tuberías. En junio, Unicef advirtió que Gaza se enfrenta a una sequía provocada por el hombre y que, sin combustible para operar las estaciones restantes, los niños podrían empezar a morir de sed.
Hasta el domingo no se habían registrado masacres de personas que intentaban recoger agua. Los al-Ghussain enviaron a sus hijos a recoger provisiones para la familia porque creían que era menos peligroso que buscar comida.
Los grupos de ayuda llevaban agua en camiones para llenar los tanques de una estación de distribución a pocas calles de la escuela donde la familia se refugió tras el bombardeo de su casa. Karam esperaba allí, bajo el calor sofocante, su turno para abrir los grifos, que a menudo se secaban.
“No tuve más remedio que enviarlos”, sostuvo Heba. “Muchas veces, mi hijo esperaba su turno, a veces durante una hora, y se quedaba sin nada porque el agua se acababa antes de que llegara a todos”.
Cuando por fin consiguió agua, solo eran 20 litros, muy poco para una familia de siete, pero mucho peso para un niño pequeño. “Karam tenía solo nueve años y era más valiente que docenas de hombres. La llevaba sin cansarse ni quejarse”.
Las largas colas hicieron que Heba no se preocupara demasiado al enterarse de que la estación de agua había sido atacada. Su hijo salió de casa poco antes del bombardeo, así que supuso que aún estaría al final de la multitud que esperaba, a cierta distancia de la explosión.
Resultó que la fila era relativamente pequeña cuando llegó, un golpe de mala suerte que probablemente alegró a Karam en sus últimos minutos. Esto significó que, cuando cayó la bomba, él y su hermana estaban justo al lado de la estación de agua.
“Cuando Lulu despertó, le señale que fuera a ayudar a su hermano a cargar los contenedores de agua. Era como si el misil la estuviera esperando para impactar ese lugar”, señaló Heba.
Ali Abu Zaid, de 36 años, fue uno de los primeros en llegar al lugar, acudiendo a socorrer a los supervivientes. Al disiparse el polvo y el humo, revelaron un panorama espantoso.
Cada niño sostenía un cubo de agua, yacían muertos en el suelo, cubiertos de su propia sangre. La metralla les había desgarrado los cuerpecitos y les había desfigurado el rostro. El olor a pólvora impregnaba la zona, sostuvo.
La gente comenzó a cargar a los muertos y heridos en carros tirados por burros, ya que los equipos médicos tardaban en llegar, pero no había nada que los médicos pudieran hacer por la mayoría de las víctimas.
Aunque las ambulancias hubieran llegado antes, no habría servido de nada. No había forma de salvar a nadie; eran cuerpos sin vida, completamente destrozados.
Ashraf corrió a buscar a sus hijos tan pronto como escuchó la explosión, pero llegó después de que se hubieran llevado sus cuerpos y solo encontró recipientes de agua manchados de sangre esparcidos en la calle y un silencio aterrador.
Así que se dirigió al hospital para continuar la búsqueda, donde encontró sus cuerpos maltratados tendidos en el suelo y se desplomó sobre ellos con dolor. Se casó a los 30 años, llegando tarde a Gaza, y cuando llegaron sus hijos, se convirtieron en su mundo. Las brutales muertes de Karam y Lulu lo destrozaron.
“Cuando los vi así, sentí como si me apuñalaran el corazón”, dijo. “Todavía estoy en shock. Tengo miedo constante de perder al resto de mi familia y quedarme solo. Siento que voy a perder la cabeza”.
Heba también fue a buscar a Lulu y Karam al abrevadero, luego regresó al refugio con la esperanza de encontrarlos con su padre. Quizás había aprendido un optimismo sombrío de anteriores encuentros con la muerte.
Los hermanos habían sido rescatados de los escombros de su casa cuando un ataque aéreo la derribó sobre ellos a principios de la guerra, y sobrevivieron a las heridas tras el impacto de otra bomba en las cercanías. Esa racha no duraría. “Sobrevivieron dos veces, pero no la tercera”, sostiene Heba.
La noticia del destino de los niños había llegado a la escuela, pero incluso en Gaza, donde ninguna familia escapó a la tragedia, la magnitud de la pérdida de Heba fue impactante.
“La noticia de su martirio ya se estaba extendiendo, pero nadie me lo dijo”, indicó. “Nadie se atrevió a darme una noticia tan terrible”. En cambio, la animaron a ir a buscarlos entre los heridos del hospital de Al-Awda.
Allí encontró a su marido y los cuerpos destrozados de su querido hijo e hija, tan llenos de vida apenas un par de horas antes.
El Ejército israelí atribuyó el ataque a un “mal funcionamiento” que provocó que una bomba que apuntaba a un militante y señaló que estaba examinando el incidente.
Ashraf cuestionó esto. “Tienen la tecnología más avanzada y saben exactamente dónde caerá el misil y quién es el objetivo. ¿Cómo podría ser un error? ¡Un error que mató a mis dos hijos!”.
La familia no podía permitirse un lugar para enterrar a los niños, así que los enterraron junto al padre de Heba. Les preocupa tener que reabrir la tumba para el menor de sus tres hijos supervivientes si no aumenta la ayuda a la población civil. A sus 18 meses, Ghina sufre desnutrición y erupciones cutáneas porque la familia no puede comprar pañales ni tiene suficiente agua para bañarla.
“Nos acostamos con hambre y nos despertamos con hambre, y también con sed, con las plantas desalinizadoras apenas funcionando”, sostuvo Heba. “El mundo entero lo ve todo, pero cierra los ojos como si no lo supiera”. (The Guardian en Español)

 

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La entrada Ataque israelí causa dos decesos en punto de distribución de agua se publicó primero en El Diario – Bolivia.

 En Gaza, ser un niño servicial y cariñoso puede ser una sentencia de muerte. El hijo de nueve años de Heba al-Ghussain Karam, murió en un ataque aéreo israelí porque fue a buscar agua para la familia y su hija de diez años, Lulu, murió porque fue a echarle una mano a Karam. Los hermanos
La entrada Ataque israelí causa dos decesos en punto de distribución de agua se publicó primero en El Diario – Bolivia.  

En Gaza, ser un niño servicial y cariñoso puede ser una sentencia de muerte. El hijo de nueve años de Heba al-Ghussain Karam, murió en un ataque aéreo israelí porque fue a buscar agua para la familia y su hija de diez años, Lulu, murió porque fue a echarle una mano a Karam.
Los hermanos estaban esperando junto a una estación de distribución de agua, sosteniendo bidones y baldes, cuando ésta fue bombardeada, matando a seis niños y cuatro adultos e hiriendo a otros 19, en su mayoría niños.
Tanto Lulu como Karam murieron instantáneamente, destrozados por la fuerza de la explosión y tan desfigurados que su padre impidió que Heba viera sus cuerpos.
“No me permitieron despedirme ni siquiera mirarlos por última vez”, señaló. “Uno de mis hermanos me abrazó, intentando ocultarme la escena mientras lloraba y trataba de consolarme. Después de eso, no recuerdo nada. Perdí el contacto con la realidad”.
El verdadero nombre de Lulu era Lana, pero sus padres rara vez lo usaban porque su apodo, que significa perla, reflejaba la dulzura que aportaba a la vida familiar. “Tenía una personalidad alegre y un corazón lleno de bondad”, comentó Heba.
Karam era inteligente, siempre el primero de su clase hasta que los ataques israelíes cerraron las escuelas de Gaza, generoso y maduro para su edad. Su padre, Ashraf al-Ghussain, lo llamaba “abu sharik” o “mi compañero”, porque parecía “un hombre de espíritu”.
Pero también era tan niño que estaba obsesionado con un coche teledirigido que le rogó a su madre que le comprara. Ella se arrepiente de haberle dicho que necesitaban ahorrar para comprar comida. “Ojalá hubiera gastado todo lo que tenía en comprárselo para que pudiera jugar con él antes de morir”.
Ambos niños también soñaban con el día en que Israel levantara el bloqueo de Gaza para poder probar chocolate, fideos instantáneos y los mejores platos de su madre. Para Lulu, ese era el plato palestino de pollo musakhan; para Karam, el shawarma. “Tenían todo tipo de planes de comida para que yo los preparara”, detalló Heba.
Israel impuso un asedio total durante 11 semanas a partir de marzo que llevó a Gaza al borde de la hambruna, y los muy limitados alimentos, combustible y suministros médicos permitidos desde mayo no aliviatpm el hambre extrema.
Una desnutrición sin precedentes está matando a niños e impidiendo que los heridos se recuperen, señaló esta semana un médico británico que trabaja allí .
Intentar conseguir alimentos fue una apuesta mortal durante meses, con más de 800 personas muertas desde finales de mayo en ataques casi diarios de soldados israelíes que utilizan armas como proyectiles de tanques y cañones de la marina para atacar a multitudes desesperadas cerca de los puntos de distribución de alimentos.
Conseguir agua potable también es una lucha. Casi dos años de ataques israelíes destruyeron plantas de tratamiento de agua y redes de tuberías. En junio, Unicef advirtió que Gaza se enfrenta a una sequía provocada por el hombre y que, sin combustible para operar las estaciones restantes, los niños podrían empezar a morir de sed.
Hasta el domingo no se habían registrado masacres de personas que intentaban recoger agua. Los al-Ghussain enviaron a sus hijos a recoger provisiones para la familia porque creían que era menos peligroso que buscar comida.
Los grupos de ayuda llevaban agua en camiones para llenar los tanques de una estación de distribución a pocas calles de la escuela donde la familia se refugió tras el bombardeo de su casa. Karam esperaba allí, bajo el calor sofocante, su turno para abrir los grifos, que a menudo se secaban.
“No tuve más remedio que enviarlos”, sostuvo Heba. “Muchas veces, mi hijo esperaba su turno, a veces durante una hora, y se quedaba sin nada porque el agua se acababa antes de que llegara a todos”.
Cuando por fin consiguió agua, solo eran 20 litros, muy poco para una familia de siete, pero mucho peso para un niño pequeño. “Karam tenía solo nueve años y era más valiente que docenas de hombres. La llevaba sin cansarse ni quejarse”.
Las largas colas hicieron que Heba no se preocupara demasiado al enterarse de que la estación de agua había sido atacada. Su hijo salió de casa poco antes del bombardeo, así que supuso que aún estaría al final de la multitud que esperaba, a cierta distancia de la explosión.
Resultó que la fila era relativamente pequeña cuando llegó, un golpe de mala suerte que probablemente alegró a Karam en sus últimos minutos. Esto significó que, cuando cayó la bomba, él y su hermana estaban justo al lado de la estación de agua.
“Cuando Lulu despertó, le señale que fuera a ayudar a su hermano a cargar los contenedores de agua. Era como si el misil la estuviera esperando para impactar ese lugar”, señaló Heba.
Ali Abu Zaid, de 36 años, fue uno de los primeros en llegar al lugar, acudiendo a socorrer a los supervivientes. Al disiparse el polvo y el humo, revelaron un panorama espantoso.
Cada niño sostenía un cubo de agua, yacían muertos en el suelo, cubiertos de su propia sangre. La metralla les había desgarrado los cuerpecitos y les había desfigurado el rostro. El olor a pólvora impregnaba la zona, sostuvo.
La gente comenzó a cargar a los muertos y heridos en carros tirados por burros, ya que los equipos médicos tardaban en llegar, pero no había nada que los médicos pudieran hacer por la mayoría de las víctimas.
Aunque las ambulancias hubieran llegado antes, no habría servido de nada. No había forma de salvar a nadie; eran cuerpos sin vida, completamente destrozados.
Ashraf corrió a buscar a sus hijos tan pronto como escuchó la explosión, pero llegó después de que se hubieran llevado sus cuerpos y solo encontró recipientes de agua manchados de sangre esparcidos en la calle y un silencio aterrador.
Así que se dirigió al hospital para continuar la búsqueda, donde encontró sus cuerpos maltratados tendidos en el suelo y se desplomó sobre ellos con dolor. Se casó a los 30 años, llegando tarde a Gaza, y cuando llegaron sus hijos, se convirtieron en su mundo. Las brutales muertes de Karam y Lulu lo destrozaron.
“Cuando los vi así, sentí como si me apuñalaran el corazón”, dijo. “Todavía estoy en shock. Tengo miedo constante de perder al resto de mi familia y quedarme solo. Siento que voy a perder la cabeza”.
Heba también fue a buscar a Lulu y Karam al abrevadero, luego regresó al refugio con la esperanza de encontrarlos con su padre. Quizás había aprendido un optimismo sombrío de anteriores encuentros con la muerte.
Los hermanos habían sido rescatados de los escombros de su casa cuando un ataque aéreo la derribó sobre ellos a principios de la guerra, y sobrevivieron a las heridas tras el impacto de otra bomba en las cercanías. Esa racha no duraría. “Sobrevivieron dos veces, pero no la tercera”, sostiene Heba.
La noticia del destino de los niños había llegado a la escuela, pero incluso en Gaza, donde ninguna familia escapó a la tragedia, la magnitud de la pérdida de Heba fue impactante.
“La noticia de su martirio ya se estaba extendiendo, pero nadie me lo dijo”, indicó. “Nadie se atrevió a darme una noticia tan terrible”. En cambio, la animaron a ir a buscarlos entre los heridos del hospital de Al-Awda.
Allí encontró a su marido y los cuerpos destrozados de su querido hijo e hija, tan llenos de vida apenas un par de horas antes.
El Ejército israelí atribuyó el ataque a un “mal funcionamiento” que provocó que una bomba que apuntaba a un militante y señaló que estaba examinando el incidente.
Ashraf cuestionó esto. “Tienen la tecnología más avanzada y saben exactamente dónde caerá el misil y quién es el objetivo. ¿Cómo podría ser un error? ¡Un error que mató a mis dos hijos!”.
La familia no podía permitirse un lugar para enterrar a los niños, así que los enterraron junto al padre de Heba. Les preocupa tener que reabrir la tumba para el menor de sus tres hijos supervivientes si no aumenta la ayuda a la población civil. A sus 18 meses, Ghina sufre desnutrición y erupciones cutáneas porque la familia no puede comprar pañales ni tiene suficiente agua para bañarla.
“Nos acostamos con hambre y nos despertamos con hambre, y también con sed, con las plantas desalinizadoras apenas funcionando”, sostuvo Heba. “El mundo entero lo ve todo, pero cierra los ojos como si no lo supiera”. (The Guardian en Español)

 

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