<p>Una mamá se pone de parto de su segundo hijo y antes de ir al hospital deja a su pequeño de tres años en la casa con piscina de sus abuelos. Mientras está dando a luz, su otro hijo se ahoga en un descuido. «Es el horror de la vida y la muerte en esencia», relatan <strong>Pilar Naval y Mª Ángeles Miranda</strong>, el alma detrás de la iniciativa <a href=»https://ojopequealagua.com/» target=»_blank»>#OjoPequeAlAgua</a>. Hace años que trabajan para prevenir los ahogamientos infantiles mediante la divulgación, y eso las ha convertido en receptoras y conocedoras de historias tan impactantes como esta.</p>
Cada año alrededor de 30 niños pierden la vida en el agua, una cifra superior a la que devuelve la siniestralidad vial para menores de 14 años. ¿Sabemos de verdad cómo actuar para prevenir ahogamientos?
Una mamá se pone de parto de su segundo hijo y antes de ir al hospital deja a su pequeño de tres años en la casa con piscina de sus abuelos. Mientras está dando a luz, su otro hijo se ahoga en un descuido. «Es el horror de la vida y la muerte en esencia», relatan Pilar Naval y Mª Ángeles Miranda, el alma detrás de la iniciativa #OjoPequeAlAgua. Hace años que trabajan para prevenir los ahogamientos infantiles mediante la divulgación, y eso las ha convertido en receptoras y conocedoras de historias tan impactantes como esta.
Por desgracia, este suceso no es algo aislado, cada verano tenemos que lamentar la muerte de aproximadamente 30 menores debido a un ahogamiento. Y este año los números no invitan a al optimismo: ya han fallecido 23 niños y la temporada estival apenas acaba de comenzar. Conviene aclarar que no hablamos de cifras oficiales, las únicas que existen son las que recopila el Instituto Nacional de Estadística (INE) bajo el epígrafe «muerte en espacios acuáticos», y no se publican hasta uno o dos años después de que se produzcan los hechos.
La única forma de obtener datos actualizados es mediante la recopilación de noticias, que es como se realiza el conocido Informe Nacional de Ahogamientos (INA), elaborado por la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo (RFESS). Y, tal y como ellos mismos explican, eso significa que «al menos hay esas muertes por ahogamiento no intencional en espacios acuáticos». Podrían ser más.
La falta de datos oficiales detallados y actualizados es un problema: «Solo sobre lo que se mide y se cuantifica se puede poner solución», afirma Jessica Pino Espinosa, portavoz de Prevención de la RFESS. Y también refleja una falta de interés o de preocupación por parte de los organismos que podrían ayudar a reducir drásticamente esta situación. Las propias creadoras de #OjoPequeAlAgua, que también realizan su propio recuento a partir de noticias de prensa, no se explican que no exista una suerte de DGA (Dirección General de Ahogamientos) al estilo de la famosa y eficaz DGT. «Los ahogamientos son la primera causa de mortalidad infantil en España sin contar las enfermedades», recuerdan.
Más allá de las cifras en sí, el INA nos permite conocer un patrón y la «causalidad»: factores que influyen en los ahogamientos, como el hecho de que se produzcan en una zona no vigilada o las imprudencias, protagonista de la mayoría de sucesos en pre y adolescentes. De igual forma, las piscinas privadas siguen siendo un espacio peligroso para los más pequeños y por eso desde iniciativas como #OjoPequeAlAgua reclaman medidas como el vallado certificado obligatorio para protegerse de descuidos como el que se relata en la historia que abre este reportaje.
En cuanto a la asistencia dentro del agua la clave siempre pasa por una supervisión constante. «El 80% de los ahogamientos infantiles ocurren estando adultos presentes», advierten desde #OjoPequeAlAgua, que en sus redes comparten numerosos vídeos que demuestran esta teoría:
Por este motivo proponen que se instaure la figura del «Guardián del Agua», un adulto que tendrá asignada la tarea de vigilar en todo momento a los menores en una piscina o en la playa, sin móvil, sin charlar con nadie más. Es una misión lo bastante importante como para darla por sentado («alguien estará vigilando») o pecar de exceso de confianza.
En cuanto a los sistemas de flotación (manguitos, chalecos, burbujas…) existe todo un catálogo disponible en el mercado y muchas veces se entremezclan sistemas con funciones e indicaciones muy diferenciadas. Chalecos salvavidas aparte, es fundamental recordar que ninguno evita el ahogamiento, por lo que no se deben usar sin vigilancia estrecha, especialmente si el menor aún no sabe nadar. Hablamos de la famosa regla 10/20: mirar al niño cada 10 segundos y estar a menos de 20 segundos de él.
Todos los sistemas (homologados) pueden ser válidos si se acompañan de supervisión, pero los expertos temen que su uso vaya acompañado de una sensación de falsa seguridad. «La mejor medida para evitar los ahogamientos es que la población sepa nadar y respetar las normas de los espacios acuáticos», declara la portavoz de Prevención de la RFESS, «si desde edades tempranas ponemos estas medidas en marcha, tendremos unos adultos más responsables y con mayor seguridad para enfrentarse a cualquier problema en el agua».
Desde #OjoPequeAlAgua nos recomiendan que consideremos los sistemas de flotación como un elemento que sirve «para descansar los brazos de papá y mamá en el agua mientras estamos, valga la redundancia, a un brazo como máximo de distancia». Y en ese entorno seguro es cuando la RFESS recomienda que el adulto vaya enseñando al niño a flotar, a ponerse boca arriba (autosalvamento, ya que en esa posición mantiene las vías respiratorias fuera del agua) y a desplazarse intentando buscar la orilla. Y siempre teniendo en cuenta las características de cada entorno acuático y sus limitaciones. Con el tiempo y la adquisición de habilidades natatorias, el supervisor se irá alejando, pero sin dejar de vigilar.
Son recomendaciones sensatas e incluso obvias, sin embargo las incumplimos una y otra vez. «Realmente no hay una información adecuada respecto a los peligros de los espacios acuáticos, y eso que vivimos rodeados de agua», lamenta Jessica Pinto, que reclama divulgación en los centros escolares para que desde pequeños «aprendan a respetar las normas y a los socorristas».
Por ahora la sensación de los expertos es que solo reaccionamos al impacto de una noticia, pero una vez olvidado el suceso retomamos nuestras (malas) costumbres. Naval y Miranda son rotundas a la hora de responder que no estamos más concienciados sobre los peligros del agua y de algunos sistemas: pese a que ellas mismas han sido testigos de cómo año tras año hay más familias que se unen a su causa y ejercen de altavoces de la prevención de ahogamientos infantiles, también reciben testimonios de personas que sienten la presión social que ello conlleva («eres una exagerada», «estás sobreprotegiendo»), por lo que tienen claro que aún queda mucho por hacer.
Como ejemplo citan lo que sucede con un elemento tan popular como odioso para los socorristas: las colchonetas. «Si hacemos una encuesta sobre por qué normativa se rigen las colchonetas seguro que casi nadie diría que es un juguete y es lo que es, no es un sistema de flotación». De hecho en las piscinas públicas suelen estar prohibidas ya que ocultan el fondo o incluso a una persona que haya podido quedar debajo. Y en las playas recuerdan que se han producido rescates de niños a kilómetros del punto en el que entraron en el agua con su flotante.
Pero el peligro no está solo en estos sistemas, tal y como demuestra la historia de Mercedes, cuya hija sufrió un atrapamiento del brazo en un drenaje de la piscina y se salvó gracias a que alguien paró el sistema de succión, un relato que pudo ser fatal y que pone en relieve la importancia de contar con una rejilla reglamentaria y de tener en cuenta este riesgo.
Ante la falta de campañas oficiales, las redes sociales se convierten en una herramienta de prevención indiscutible, como demuestra la propia iniciativa de #OjoPequeAlAgua, que aunó a dos personas dedicadas a la prevención (emergencias y socorrismo por un lado y el mundo de la seguridad infantil por otro) y que se dedicaron a ello sin presupuesto «pero con todas las ganas del mundo de reducir los ahogamientos infantiles, comunicando con mensajes fáciles, sin tecnicismos, para llegar a las familias y a los cuidadores de los pequeños».
Ellas reconocen que su acogida ha sido muy buena, y presumen con orgullo de tener una comunidad de personas anónimas muy activas. Pero también quieren destacar que no son influencers, «aunque alguna se nos ha ofrecido hacer una colaboración previo cash».
Y eso nos lleva a la otra cara de las redes: la desinformación, que tiene varias patas. Un ejemplo es cuando perfiles de profesionales deciden sumarse a alguna tendencia en auge pese a que no esté basada en hechos verídicos, para así ganar interacción a cualquier precio. Naval y Miranda comentan el caso de una fisioterapeuta que dio una información equivocada sobre la normativa legal vigente en los chalecos y, pese a avisarla, mantuvo el mensaje original.
Por otro lado, en redes son frecuentes, y populares, los vídeos de acciones imprudentes, que son tan llamativas como peligrosas, especialmente si la gente las imita. La portavoz de Prevención de la RFESS pone varios ejemplos: vídeos y fotos de gente acercándose a acantilados y puentes para tomarse un selfie, cruzando pasos prohibidos con oleaje o tirándose desde sitios elevados sin conocer la profundidad y, más peligroso aún, sin conocer si hay elementos sumergidos ocultos que pueden provocar otros incidentes fatales.
Desde #OjoPequeAlAgua también denuncian las publicaciones pagadas de productos peligrosos como un flotador como si fuesen seguros: «si alguna mamá o papá piensa que poniéndole ese flotador, o cualquier sistema de ayuda a la flotación, puede tumbarse al sol o con un libro o ver vídeos de TikTok… tenemos un grave problema». De hecho reclaman que, de igual forma que se eliminan vídeos porque pueden dañar la sensibilidad o si hay un desnudo, también se eliminen este tipo de consejos porque va la vida de los niños en ello.
Salud